Black metal: máquina de odio

por Nicolás Alabarces*

Este artículo es parte de un proyecto de ensayo en ciernes que tiene como propósito leer y estudiar el black metal desde distintas filiaciones de la filosofía, particularmente desde el aceleracionismo, el realismo especulativo, el horror cósmico y las políticas de la crueldad que proponen Andrew Culp, de un lado, y Thomas Ligotti y Benjamin Noys, del otro. Todo lo que aquí se enuncia se limita pura y exclusivamente a intentar polemizar, dialogar, discutir y replicar la lectura del medievalista Nicola Masciandaro, “Amor místico por el black metal”, publicado en el blog online de Caja Negra, ​​cuya editorial me instó participar en la polémica. Una vez enviada mi respuesta y, finalmente, entusiasmados los encargados de dicha editorial con la publicación de la réplica a Masciandaro, tras los eventos en ocasión del intento de maginicio contra CFK, decidieron echar marcha atrás con la publicación, aduciendo que el título de mi artículo y su contenido, en dicho escenario, “podría ser malinterpretado”, aun cuando explicitaba, incluso antes de dicho evento, que mi lectura iba en la dirección diametralmente opuesta a la idea de un discurso de odio. Agradezco, por tanto, el espacio que me proporciona el presente sitio para poder hacer público un debate y que, por lo mismo, no capitula ante un tribunal anónimo y cobarde de la cancelación, más preocupado en el tráfico de likes de Instagram que en suscitar el debate.

“yo también podía escuchar el motor era una música me puse de pie y me di cuenta que esa voz extraña que cantaba en un idioma incomprensible borraba el mundo lo volvía negro toda esa oscuridad a la que quedó reducido palpitaba como una arteria” – Miles de ojos, Maximiliano Barrientos

“Debemos corregir el error de Deleuze: haber fracasado en cultivar un odio hacia este mundo” – Oscuro Deleuze, Andrew Culp

“Hay que ser duro, cruel y taimado con el ser que [se] ama” – Marcel Proust en Crítica y clínica (Deleuze)

Homicide-Suicide/ Hate heals, you should try it sometime / Strive for Peace with acts of war / The beauty of death we all adore” [Homicidio-suicidio / el odio cura, deberías intentarlo alguna vez / luchar por la paz con actos de guerra / la belleza de la muerte que todos adoramos]. Slayer – “Disciple”

“Mostrando la naturaleza perecedera de lo que tomamos por real, la así llamada realidad, la política comunista es una conspiración que escribe la destrucción de este mundo” – Oscuro Deleuze, Andrew Culp

I. Black metal destructor de mundos

Hay un cruce posible, el único tal vez, entre filosofía y black metal que me permitiría dialogar, conmover y litigar la preconización amorosa y trascendentalista, el amor fati divino, que propone Nicola Masciandaro en “Amor místico por el black metal”. Voy a ser asertivo para adelantar el pre-texto de esta conjura: no hay ningún tipo de pasión amorosa posible en el black metal, ni como experiencia mística en el black metalhead, ni como efecto de su sus modulaciones musicales; en última instancia, existiría solo como un amor por el odio destructivo, apocalíptico y misterioso que se desprende de sus cadencias oscuras, un amor, en suma, por una exterioridad total y cósmica que implicaría la realización de una entropía y el desastre ya no del mundo, sino de la nada, el horror total del afuera, la figuración deseante de este género. El black metal es una economía política del ruido cuya máquina de guerra y asedio permanentes invoca el odio en busca de un objetivo total y definitivo: la Muerte de Este Mundo. Si bien no extingue del todo [al menos, por ahora] la supresión de este sistema-mundo, el problema de pensar al black metal desde la experiencia amorosa [tesis-amor fuerza de Masciandaro] otorga paradójicamente nuevos bríos a la necesidad de la conspiración, el programa esencial del black metal, esto es, el poder del desastre y la labor de destruir mundos.

Voy a tratar de fundamentar esta teoría-odio sobre la base de dos posiciones: por un lado, a partir de una aceleración enconada hacia la negatividad del horror-afuera-destructivo (contra el amor-interior conectivo y rizomático); por otro lado, desde la afasia bárbara, el gorjeo ululante [la Lengua negra] y la cadencia oscura, difusa y dislocada del black metal (contra el logocentrismo y la doxa modulada, tándem por antonomasia del amor fati divino). Y así descendemos a los oscuros senderos destructivos que invocan los lexemas satánicos de Marduk en “Darkness it shall be”: “You and I have got the world in our grasp / The world at our knees, and the vision of destruction in our eyes [Vos y yo tenemos el mundo a nuestro alcance / este mismo mundo de rodillas y la visión de su destrucción en nuestros ojos].

No hay black metal sin una invocación enconada de odio, uno lo suficientemente puro como para convocar todas las fuerzas en la conjura y la sedición completa de Este Mundo.

El amor, pasión que supone una felicidad fatua, una máquina de alegría, es un dispositivo de conectividad rizomática, de consistencia, de potencia conectiva, en suma, un malla de poder que pugna por catalizar y cristalizar las redes y los enlaces del sistema hasta otorgarle el suficiente sentido como para reterritorializar, en su interior, la positividad y la vitalidad de Este Mundo. El amor, la pasión de Masciandaro, siempre busca la conectividad interior, el rizoma (que descentraliza [a veces], pero crea redes que otorgan vitalidad y consistencia). ¿Cómo opera y cómo avanza un rizoma sino con el arrastre de la masa informe que lenta pero finalmente se apodera de todo, ratificando el reparto de las partes del sistema?

A cada principio de visión y división del mundo le corresponde una figura: la figuración del amor es la del ingeniero. El amor fati presenta y enuncia, en definitiva, una teoría general de las redes y de los sistemas, cuya ingeniería imagina un escenario de reparto ordenado de las partes, que alucina una sociedad sin conflicto, capaz de prescindir de la política a modo de ratificación de lo ya dado e imputado [la dialéctica de la positividad amorosa]. Su telos es garantizar la estabilidad del sistema. El amor, como experiencia mística o como mero significante pasional, es tanto menos el ethos por antonomasia del capitalismo tardío, el imperativo de la cultura posmoderna, cuanto la piedra angular que garantiza la consistencia y la reproducción de Este Mundo.

El horror cósmico en cuanto máquina de odio, en cambio, busca avanzar hacia la nada, es un despliegue o im-pliegue hacia un afuera destructivo y total, hacia la misma exterioridad cósmica que enuncia Masciandaro, pero que el amor, por esencia, oblitera, por conectividad interna, por pulsión de esperanza, por displicencia política, por miedo al afuera. El amor, por tanto, es la economía política de la cultura mainstream, la doxa modulada, que ratifica y confirma el reparto de las partes ordenadas de este mundo, el sensorium divino y amoroso del orden. ¿No es el amor y su despliegue conectivo (la lógica rizomática de la acumulación), en definitiva, el que le da consistencia a Este Mundo, vale decir, al sistema-mundo capitalista, tal como lo conocemos hasta hoy?

El horror cósmico del afuera, en este sentido, aparece como el monstruo de Frankestein, con el centelleo del relámpago en las altas horas de la lúgubre noche mientras la lluvia atomista tamborilea afuera. Su oscuridad, como la del black metal, no viene de un mero culto al vacío; por el contrario, arrojando brillantes destellos como una conmoción del pensamiento, aparece como el mensajero de un problema que tiñe de negro un mundo atemorizado.

Esta es la vocación del black metal por esencia: conmover, aterrorizar, asolar y buscar Aniquilar Este Mundo, una desterritorialización oscura, una sedición completa y una enunciación permanente de lo terrible. El odio, pasión total y cósmica del black metal, dispara una experiencia de horror motivada por la pregunta: ¿hasta dónde es posible expandir y desplegar este odio sin caer en un vacío irrespirable, en un desierto apocalíptico y oscuro, en suma, en la muerte? Una economía política del odio (el ruido blackmetalero) digno de su nombre lleva la experiencia de la disolución hasta sus límites. Por eso el black metal es una potencia destructiva bífida que esconde una nueva creación: suscitar la disolución interna para fugar y posteriormente crear un nuevo mundo-exterior. ¡El black metal máquina de odio siempre traza líneas permanentes hacia el afuera!

Nuestro oscuro programa, atiborrado de pulso sónico malaleche y ruidoso black metal, no nos insta ni a la publicidad amorosa, ni a la masividad alegre de las multitudes y las cadencias moduladas; antes bien, exige que conspiremos activamente bajo un manto de secreto, anónimo, desde las soledades sepulcrales y mortuorias, como los lentos y pesados caminares que invocan las cadencias depresivas de Norrt, De Dødes Ko [el corifeo muerto], el mensajero Hermesoscuro que orienta el camino hacia el afuera, puesto que no hay nada más activo que la Muerte del Mundo. El odio nos impulsa.

II. Excursus: Baudrillard black metal

Como anticipábamos al comienzo de esta conjura, hay una trabazón posible entre aceleracionismo, filosofía y black metal, toda una economía política del ruido invertida en  la destrucción, el odio y la entropía.

En Francia, algunos entonces jóvenes del 68 —preocupados por encontrar una variante disruptiva dentro de la propia dinámica del capital constante— se propusieron superar los presupuestos de la teoría crítica marxista, entonces aún demasiado atiborrada de racionalidad y pasada de historicismo teleológico. Su apuesta va a radicar en incorporar el deseo como factor y la inmanencia como método; de ese modo, la superación del capitalismo debía localizarse al interior del propio capitalismo, esto es, nuevamente buscar elementos conectivos y rizomáticos que pudieran alojar, en su propio despliegue, un elemento subversivo. En ese mismo sentido, Gilles Deleuze y Félix Guattari publican El anti-Edipo: allí van a pensar al capitalismo en su carácter bífido de doble movimiento, a saber, de desterritorialización, que disuelve el orden social bajo el flujo de deseo y los investimentos libidinales movilizados por el mercado, y la reterritorialización, que repone el orden mediante fagocitaciones, doxas y fuerza de ley. El programa político, en definitiva, era operar y catalizar la desterritorialización mediante la producción deseante del propio capitalismo, finalmente el único subterfugio de fuga a los agenciamientos maquínicos del capital. Van a decir Deleuze y Guatari: «Ir aún más lejos en el movimiento del mercado, de la descodificación y la desterritorialización… No retirarse del proceso, sino ir más lejos, acelerar el proceso».

En el marco de esa misma discusión, Lyotard criticó la lectura de Deleuze y Guattari por entender el deseo como una fuerza exterior al capitalismo, cuando la única economía libidinal posible es el capitalismo mismo, conductor definitivo de los afectos.

Finalmente, Jean Baudrillard criticó tanto a Lyotard como a Deleuze y Guattari por su apego a la libido como fuerza de oposición cuando la única aceleración que podía hacer implosionar el sistema era la negatividad catastrófica de la muerte y la entropía. Hay una lectura posible de Baudrillard en clave  entrópica, que se vincula particularmente a las formas de encontrar subterfugios de dislocación y desterritorialización radical (esto es, la muerte y la destrucción). La ética misantrópica y la política del desastre la sintetiza la variante del satanaismo palateísta, que preconiza la destrucción permanente como dinámica y dialéctica histórica y que el mismo cantante de Shining, Niklas Kvarforth, resume en estas palabras: «El principal objetivo es el de llegar a destruir todo lo que está a nuestro alrededor…. El odio está siempre presente, no importa qué». Ulula Niklas en una de sus canciones: “Gång på gång ställer du frågan vad som skiljer oss åt / Du tror på live, jag tror på död / Och jag önskar att en dag finna den väg som må tas / För att utplåna denna fullständigt överdjävliga ras” [Una y otra vez hacés, la pregunta que nos diferencia / vos creés en la vida, yo creo en la muerte / y deseo que algún día encuentres el camino que se puede tomar / para extinguir completamente este mundo maldito].

El odio bífido del black metal, que busca crear, vía desterritorialización destructiva, un nuevo reino en el afuera, no puede confundirse con un mero discurso de odio o con los vulgares crímenes de odio, cuya violencia es inmanente al amor fati de Este Mundo. El black metal máquina de asedio dis-pone de otras armas, diferentes a las herramientas del sistema, gestionadas por los deseos del Capital. “La violencia resultante [de las éticas del afuera y las políticas de la destrucción] no es tan vulgar como para motivar un derramamiento de sangre golpe a golpe , o un asesinato de una-vez-por-todas, sino que instituye una economía política de la violencia cuyo odio es ilimitado y, por lo tanto, duradero” (Culp, 2016: 46).

Por eso el NSBM [National Socialism Black Metal] no puede ser black metal porque enuncia y reterritorializa las gramáticas de un odio sistémico e interno que reaviva y da consistencia a este mundo, némesis esencial del género. Por lo mismo que Absurd, Baise Ma Hache, Fanisk, Paganblust y toda la pléyade de National Socialism Black Metal  son síntomas eurocentrados tardíos de nazismo oblicuo y fatuo,  pasados de optimismo y amor fati  por la única-Nación. Nunca  pudieron alcanzar el estatuto de black metal máquina de odio, porque reterritorializan y dan vitalidad  a este sistema-mundo.

III. Black metal extranjero

Los gritos blackmetaleros son potencia desoladora, pero también germen bárbaro, una afasia oscura que conjura destrucción y recreación desde la nada desoladora. La voz black es gorjeo ululante como la del bárbaro helénico, el significante que el mundo griego les daba a los balbuceantes onomatopéyicos, a los que no modulaban la Lengua. El canto muerto, el grito black, es, por tanto, bárbaro y extranjero.

Este gorjeo atiborrado de horror y odio reviste una doble potencia: 1. es rechazado por la modulación de la polis (las cadencias tradicionales, la tonalidad prístina amorosa) y 2. despliega un odio salvaje que excede los límites de lo ordinario. La primera oblitera y disloca los medios logocéntricos usuales de reconocimiento que le otorgarían los derechos de ser un humano; la segunda expulsa a los afásicos al incivilizado mundo de las bestias faltas de decoro, razón y control. En este sentido, el odio-black metal escapa a la trampa liberal del amor, la tolerancia y los investimentos libidinales de la alegría, la vitalidad amorosa y la conectividad rizomática. El único riesgo es que su ferocidad bárbara amaine y su odio destructivo disminuya.

El Malleus Maleficarum [el martillo de las brujas], como el de Nietzsche, es el verdadero martillo cargado de odio de la historia [the hatehammer], el que vehiculiza la poiesis oscura, el que conmueve el mundo y el que, por tanto, produce cambio social. “Hatehammer! Let the darkness grow!

Hatehammer! Black starlight!” [Martillazo de odio, haz que la oscuridad arrecie! / Martillazo de odio! / Luz de estrellas negras!]

El martillazo histórico de las brujas de Venom, bárbaras de lengua satánica, también cocinan esta pasión punzante contra la doxa inquisidora: “The witches brew a pot of hate / With lizard, but and man / With a smile they laugh their spells / Astir with wretched hand / Calling demons Baphomets [Las brujas preparan una olla de odio / con lagarto, murciélago y hombre / Con una carcajada se ríen de sus hechizos / en movimiento con la mano miserable / llamando a los demonios de Baphomet].

Mi apuesta es eminentemente política: cargar de odio el misticismo trascendentalista que propone el amor de Masciandaro, contaminarlo hasta el último ápice de sus entrañas, escenificar el horror cósmico del black metal (cuyo propósito esencial es enunciar el desastre) y volverlo entrópico, destructivo, suscitar el des-orden de las panoplias divinas que otorgan vitalidad, militar el odio-black metal, que tiene un sujeto viviente, el black-metalero [black metalhead], y un objeto concreto, la Muerte de Este Mundo.

*Nicolás Alabarces es Técnico Corrector Literario y Licenciado en Letras (UNC) y actualmente becario CONACYT en Filosofía Política por la Universidad Autónoma de México (Xochimilco). Estudia las producciones sci-fi desde algunas filiaciones del aceleracionismo, el transhumanismo y el realismo especulativo. Cuando se escapa de sus obligaciones, entrena y compite en ciclismo de ruta y de pista. Tomado completamente por las cadencias malaleche, escucha metal desde chico, cuando un amigo le pasó un casete con canciones de Hermética, Slayer y Sepultura.

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