Apuntes sobre el masoquismo y la Argentina

por Dario Gigena

Enganchar como excedente el término masoquismo

es peyorativo, inmediatamente seguido de una actitud

 directiva del analista que puede llegar hasta ser persecutoria.

Jacques Lacan

Uno

Lo que sigue puede no encastrar en los sobrios hábitos de la corrección política. Pero habrá sido necesario si se agrega a otras escrituras con las que constituirse en motor de un diálogo que aporte alguna lucidez, hoy extraviada.

¿Qué orden de posibilidades llevó (y hacemos con esta pregunta un corrimiento deliberado respecto de las incumbencias del mass media, el big data y el de las distintas dirigencias que integran desde el centro la cadena de responsabilidades) a que se acompañe de forma mayoritaria un proyecto político que incluye de forma explícita el menoscabo de un estrepitoso número de derechos sociales, económicos, sanitarios, humanos, etc. adquiridos y una merma dramática en las condiciones de existencia en su profunda heterogeneidad de planos?

En 1967 Jacques Lacan, luego de mencionar la anatomía es el destino que Freud suscribiera, afirma el inconsciente es la política[i]. Ecos de un pensar que rozan el intangible pero consistente lazo subtendido entre lo singular y lo universal, el cuerpo y la historia, el sujeto y la polis.

Una coyuntura argentina rayana en lo asfixiante me hizo volver -fines de 2023- a este pasaje (a propósito, Argentina ha pasado a ser desde entonces el espejo infernal a nivel planetario donde se mira otra vez la amenaza totalitaria.)

En la clase del seminario referida, Lacan trata el problema del masoquismo y efectúa con ese propósito, una crítica de Bergler.

Sintetizando, habría sujetos que, con su acto, irían tras su propio mal. Así, movidos por oscuros principios, atentarían contra sus intereses más íntimos sustentando la gloria de un insanable auto-perjuicio. Dicho en poco, buscarían hacerse rechazar y gozarían de ese deseo: el de ser rechazados. Coleccionistas de injusticias, los llama Edmund Bergler, sujetos para quienes su indignación está así justificada.[ii]

En contraposición, habría un ideal a alcanzar consistente en ser admitidos. Pero ¿quién garantiza -plantea Lacan- que hacerse admitir resultaría indefectiblemente favorable? ¿Se encuentra en la naturaleza de las cosas que en cualquier caso se haga lo necesario para ser aceptados, incluidos, aprobados? ¿Y por qué razón ser adoptados conduciría inevitablemente a la feliz providencia del sujeto? Existe pues una suposición: “ser admitido sería siempre, en todos los casos, beneficioso.”

Subsiste la pregunta respecto a la naturaleza de aquél ser admitidos. Adelantemos algo, según nos orienta la lectura: se trata de ser admitidos como sujetos en el campo del Otro. La admisión, desde siempre, comporta la marca. Ser marcados por el significante es una operación sobre el cuerpo. Se sufre en carne y hueso la llegada del significante. La marca supone una pérdida de goce, irrecuperable. Y es en el cuerpo donde ella se inscribe y reposa. El Otro, el cuerpo, el inconsciente: reservorios, dice Lacan, de la marca, “sitio donde toma lugar el significante.”

Para el animal que fuimos, devenir humanos conlleva un desgarro: el significante, con su entrada, divide al sujeto y fragmenta el cuerpo: “no hay otro soporte del cuerpo que el corte que preside su desmontaje.”

Ahora bien, si un pueblo resiste ser admitido en los beneficios del capitalismo y prefiere hacerse rechazar, estaría, según Bergler -en la lectura de Lacan- errado. Más Lacan, aludiendo al conflicto del sudoeste asiático (Vietnam) invita a pensar en otro nivel. Una ética se insinúa.

De esto se desprende un recorte.

Dos

Sucedió en el hospital psiquiátrico años atrás. Un terapeuta infinitamente bienhechor, pero de latosa verba, muy interesado en evitar la hospitalización de un paciente por considerarla una exclusión primordial de la vida en sociedad, le decía a un joven de mirada extraviada y discurso disgregado: “Sos una persona con derechos. Tenes derecho a la salud, al tratamiento más apropiado que el Estado te pueda brindar, ambulatorio y con resguardo de las garantías, a rechazar cualquier procedimiento con el que no concuerdes, medicado si así lo considerases, recibir los cuidados mejor establecidos …” Así hablaba el agente de salud sin percibir la desatenta, tal vez indolente actitud de su interlocutor -tal era la altisonancia ensordecedora de su perorata. El joven soportaba incómodo la monserga. Rebalsó su paciencia el acento inocultable, puesto por el curador, sobre el vocablo, acaso insostenible, dicho y oído hasta el hartazgo: “¡Sos un sujeto!”

“Basta” -responde el otro. De inmediato sale disparado del habitáculo y se dirige a la farmacia del hospital ubicada a unos cincuenta metros de la locación. Una vez ingresado, y sin notificar de nada a nadie, da inicio al cataclismo: derriba varias estanterías llenas de medicamentos arrojando capsulas, ampollas y blisters al suelo, que comienza a pisotear y lanzar de un lado al otro haciendo estrellar el contenido -de moléculas neuro-eficientes- sobre las paredes del nosocomio. Abre luego algunos recipientes con violentos ademanes e ingiere decenas de pastillas y grageas de múltiples colores, insultando al personal y trenzando en sus gritos la enigmática afirmación: “¡Estoy enfermo! ¡Estoy enfermo!” Finalmente ejecuta un salto cuasi ornamental que parte de la zona alta de la mesada de uno de los armarios para concluir el vuelo en caída libre estampando su cuerpo sobre un fondo polvoriento de sustancias psicotrópicas esparcidas sobre el parquet entremezcladas con punzantes astillas de vidrios que laceran el cuerpo del joven actuante.

De inmediato comparecen enfermeros, guardias y profesionales. El joven es conducido a la guardia e internado con ayuda de personal policial. Las cosas suceden con la venia de la voluntad: el muchacho presta su consentimiento.

El relato del suceso puede alterar en pormenores no significativos lo sucedido. El corazón del hecho ha sido conservado.

Tres

Lamentando la intensa, corrosiva ideologización del discurso del psicoanálisis (que aleja al psicoanalista del campo de la locura), el recorte nos auxilia a la hora de tematizar los índices mínimos del lugar que ocupa, cuando “la rectificación de las relaciones del sujeto con lo real, hasta el desarrollo de la transferencia, y luego a la interpretación”[iii] (implicación subjetiva) languidecen -y más allá de todo dispositivo institucional- la función de la presentación del enfermo.

Suscitar una escena, al modo de un montaje, en la que se cristaliza la irremediable perdición de su artífice o autor (la pérdida de derechos no es abstracta, será real: la internación en Salud Mental comporta, por empezar, perdida de libertad) y a la que el sujeto no sólo responde asintiendo con aplausos, vitoreos y aclamaciones, sino que, para nuestra sorpresa, es provocada por él de forma manifiesta, es una maniobra de atmósfera masoquista. En ella, la condición de sujeto aparenta sacrificarse en ofrenda fatal para la transmutación del ser en reducción de objeto ofrecida al goce del Otro.

Leopold Sacher-Masoch enseñó[iv] que el masoquismo comporta un contrato, un contrato escrito (un pacto) y una escena montada. Nada más alejado que un aparente desliz irracional, impulsivo, deshabitado, hacia una pretendida objetalidad, involuntaria y acaecida.

El sujeto del masoquismo se ofrece (Lacan dixit). Es activo, apasionadamente activo. Efectúa un voto.

La pregunta es por la lógica de esa acción.

La asistencia gratuita del Otro puede encadenar. “Nunca se está en paz con los que nos hacen un favor: aunque se pague la deuda, se debe la gratitud,”[v] escribió Alejandro Dumas. Y no es para cualquiera asumirse como deudor. Menos aún, convivir con la deuda imposible de saldar, que obliga a transmitir -pasar- las faltas al sucesor (la función de la Ley asoma por aquí.)

Puede concebirse la no paradojal operación del sujeto consistente en eludir el favor de los otros, rechazándolo y al mismo tiempo, haciéndose rechazar ¿El fin será, acaso, volver posible las condiciones futuras de su aparición en forma radical como sujeto dividido articulado al Deseo del Otro? Y ello, ¿lo pensaremos como efecto de un pasaje al acto? A veces, en dramáticas coyunturas, es preciso sucumbir desde el sombrío claustro de la impotencia a las celdas de la imposibilidad para ver surgir desde allí los valiosos retoños de una genuina resistencia.

Insistir en convencer al sujeto de no hacerse rechazar, admitiendo y haciéndose admitir por los favores del otro (que pide asentimiento) conllevaría la ciega repetición del error de los que siguen creyendo que el Más allá del principio del placer es un término caduco de una obra, merced a este cercenamiento, inatacable. Dicho en simple: que Tánatos no existe.

Los sucesos que se avecinan debieran alertar al bienhechor que cualquiera podría encarnar. Cuidarnos de apresurar la defensa del caído. El caído ha luchado para hacerse rechazar. Pero lo ha hecho en el marco de un pacto democrático, por lo que nadie debiera privar a nadie de llevar su caída hasta el final. Sólo así habrá sido posible la apertura de un lugar para el sujeto, al que ningún significante significa.

Lacan en la clase referida, menciona la función de Eros, que comportaría “la fuerza de una atracción irresistible que uniría todas las células y todos los órganos que congrega nuestra bolsa de piel.” A esto lo llama fantasía compensatoria de los terrores. Una concepción mística que intentaría vérselas y hacer-con aquella fragmentación y división originarias.

Se insiste, no hay otro soporte de estructura que “el agujero que la constituye, lo que la define, su borde.”

Mi pregunta: ¿cómo articular una respuesta vía el amor -que une-, que no reniegue del agujero estructural que hace imposible la escritura de la relación entre los hablantes?

Diciembre 2023


[i] Lacan, Jaques. 2023. Seminario 14. La lógica del fantasma. 1966-1967. Clase del 10 de Mayo de 1967. Paidós editorial.

[ii] Bergler, Edmund. 1959. La neurosis básica: la regresión oral y el masoquismo psíquico. Editorial Hormé.

[iii] Lacan, Jacques. 1987. La dirección de la cura y los principios de su poder, en Escritos II. Siglo Veintiuno Editores.

[iv] Deleuze, Gilles. 2003. Presentación de Sacher-Masoch. Lo frío y lo cruel. Amorrortu ediciones.

[v] Dumas, Alejandro. 2013. El conde de Montecristo. Edimat libros.

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