Se viene la maroma

Por Gabriel Muro

Resulta significativo que las músicas representativas de los últimos dos presidentes -el que está por salir y el que está por entrar- sean clásicos del rock argentino. Desde el comienzo de su mandato, Alberto Fernández sacó a relucir su fanatismo por Litto Nebbia, a quien llegó a sentar, el día de su asunción, en el sillón de Rivadavia. El revival de Nebbia venía a querer traer una onda de amor y paz que sin embargo terminó en un gobierno fisurado. En verdad, Alberto finaliza su mandato más bien como el náufrago de la canción La balsa: triste y sólo en un mundo abandonado. A diferencia de los pioneros del rock argentino, para quienes la idea de naufragar adquiría el sentido afirmativo de adoptar una forma de vida disidente respecto de la vida normal, Alberto naufragó sobre una balsa que no pudo resistir la ola libertaria. Podría decirse incluso que, más que como la versión beat grabada por Litto Nebbia, el gobierno de Alberto ha sonado como la versión de La balsa interpretada con expresión quebrada y desesperada por Tanguito.

Por su parte, la nueva ola libertaria trae como música de acompañamiento el Panic Show de La Renga. En esa canción, un león se presenta como “rey de un mundo perdido” y afirma: “Soy el rey y te destrozaré / Todos los cómplices son de mi apetito.” A plena luz del día, la ley de la selva irrumpe en la ciudad mientras el león clama a las multitudes que no huyan de él para así atraerlas hacia sus dientes. Pero por lo pronto, las multitudes no han huido de Milei, sino que se han congregado a su alrededor a la manera de los niños que siguieron al flautista de Hamelín, tipo musical del encantador de multitudes al que, según declaraciones recientes de Bergoglio, habría que evitar a toda costa.

Continuando con las evocaciones musicales, cabe recordar que, a fines de los años veinte y a las puertas de la década infame, sonaba un tango titulado Se viene la maroma, expresión hoy caída en desuso pero que en lunfardo significa el avecinarse de una situación difícil. Ese gran tango con letra de Manuel Romero anunciaba, mitad en sorna y mitad en serio, que se venía una revolución comunista. Con ella, y como en una inversión carnavalesca del orden social, los “bacanes” se verían reducidos a la condición de “chivudo y sin colchón” mientras que los “orres” (reos al revés) morfarían ostras y champán:

¡Ya está! ¡Llegó!

¡No hay más que hablar!

Se viene la maroma sovietista.

Los orres ya están hartos de morfar salame y pan

y hoy quieren morfar ostras con sauternes y champán.

Aquí ni Dios se va a piantar

el día del reparto a la romana

y hasta tendrás que entregar a tu hermana

para la comunidad…

Salvando las distancias, hoy vuelve a venirse la maroma. Ya no la maroma sovietista que nunca llegó, sino la maroma libertaria. Como en la revolución anunciada por aquel tango, esta otra maroma también se propone invertir todos los valores, a la vez que invierte la inversión social típica del carnaval. Después de todo, era propio del carnaval medieval hacer referencia al antiguo tema plebeyo del país de Cucaña, un país utópico donde la carestía desaparecería, la comida abundaría entre montañas de queso y todo sería compartido.

No obstante, el país de Cucaña que propone Javier Milei -aquel donde la casta es derrotada y la “gente de bien” goza de todos los beneficios del libre mercado- sería un país de la extrema privatización y estaría precedido por un período de gran penuria, producto de un ajuste que promete ser implacable. Aquí se entremezclan dos imágenes utópicas: la campesina del país de Cucaña y el mito bíblico del Éxodo, donde, antes de arribar a la Tierra Prometida, el pueblo se ve forzado a deambular por el desierto. Acaso esta sea la razón por la que, según dichos del propio presidente electo, Milei sea conocido en los círculos del sexo tántrico como “vaca mala”, por no dar leche cuando se lo ordeña. Se trata de una imagen a todas luces contraria respecto de los ríos de leche ensoñados por la literatura popular sobre el país de Cucaña.

Asimismo, vale recordar que la función del bufón medieval -que en muchos casos también eran músicos- era tanto entretener como criticar al soberano. Pero una cosa es ser un bufón y criticar al rey, y otra cosa es coronar al bufón como rey. Algo que, precisamente, solo tenía lugar en tiempos de carnaval, momento de fiesta donde la ciudad se parodiaba a sí misma, terminado el cual todo volvía a la normalidad. Es en este punto donde podemos volver a la canción de La Renga. Aquel rey león produce un show del pánico donde la ley de la selva irrumpe en la ciudad bajo la forma de un espectáculo pavoroso. No otra cosa cabe esperar de un gobierno de Javier Milei, quien, por cierto, en una entrevista reciente con Alejandro Fantino, se mostró devoto de la ópera Rigoletto, protagonizada, acaso no casualmente, por un bufón jorobado, e inspirada en una obra de Víctor Hugo titulada El rey se divierte.

¿Será entonces el gobierno de Javier Milei un momento carnavalesco que, como diría otro tango, durará apenas “cuatro días locos”? ¿O estamos a las puertas de un panic show permanente, tan difícil de revertir como una economía dolarizada?

Dibujo: También una corona, por Ludwig Heinrich Heyne (1898).

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