En busca del origen

Por Gabriel Muro

De manera cada vez más desembozada, cobra fuerza la hipótesis según la cual el origen del coronavirus debe buscarse en un laboratorio chino. Sin embargo, hasta ahora no apareció ninguna prueba concluyente, ni de la hipótesis del laboratorio ni de la hipótesis del murciélago. Lo que parece haber cambiado en las últimas semanas son las coordenadas discursivas que vuelven más aceptable la circulación, a plena luz del día, de una hipótesis que antes parecía pertenecer al ámbito de la conspiranoia, a la que ahora Joe Biden parece darle carta blanca, y que en boca de Trump sonaba descabellada. Tal es así que Facebook acaba de levantar la censura automática que prohibía toda publicación referida a esta hipótesis escandalosa o maldita. ¿Cómo y de dónde emergió la emergencia sanitaria mundial? ¿Se trata de una obra de ingeniería genética que escapó de las manos de sus ingenieros? ¿O de una mutación azarosa producto del exceso de cercanía entre animales silvestres y seres humanos? ¿Su génesis fue resultado de una ciencia genética puesta al servicio de hipótesis de guerra bacteriológica? ¿O fue un producto natural y contingente? El virus parece tener dos orígenes, uno real y otro ficticio, solo que no sabemos cuál es cuál. Por lo tanto, el virus nos enfrenta al problema de la ausencia del origen. No tenemos ninguna respuesta cierta acerca del origen del virus, pero sobre ese vacío se montan los “relatos del origen”, listos para obtener una ganancia geopolítica al tejer un manto de sospecha sobre China. Solo sabemos que para orientarnos acerca del problema del origen del virus debemos mirar a Oriente, que es el lugar desde donde se irradió el virus, así como el lugar al que hay que mirar cuando se trata de orientarse. Mirar a Oriente, viajar hacia el Oriente, ha sido siempre, para Occidente, un viajar hacia el origen de todas las cosas. No solo porque Oriente es el punto cardinal donde nace el sol, sino también porque muchas veces ha sido visto como el origen y el lugar de nacimiento del mal. El Este contra el que Occidente (que significa declive o lugar donde cae el sol) se afirma como Oeste.

Es cierto que desde un comienzo, al menos desde el origen de la pandemia (pero, ¿cuál fue su origen? ¿Dónde comenzó exactamente? ¿No es sobre eso acerca de lo que nos estamos interrogando?) hubo demasiada prisa por descartar la hipótesis del laboratorio, aun cuando en Wuhan se halla el único instituto de virología chino de bioseguridad nivel 4, y que esta urgencia por descartar la hipótesis puede deberse a que el instituto de Wuhan mantiene fuertes lazos con laboratorios occidentales. Pero como hasta ahora no ha aparecido ninguna demostración contundente que pueda probar que hubo una fuga, también podríamos pensar que la hipótesis de la fuga del laboratorio es ella misma un producto de laboratorio. De un laboratorio de ideas, de algún “think tank” que ha llegado a la conclusión de que ahora conviene liberar la hipótesis del laboratorio, echarla a rodar, diseminarla por el mundo tal como se disemina el virus, sin que tampoco sepamos su origen. Pero además, ¿no se nos informa día a día, hora a hora, que el virus es una entidad que muta a cada momento, y que el mayor peligro consiste en que el virus mute de tal forma que se vuelva resistente a las vacunas disponibles? Si es así, el virus borra su origen a medida que se propaga, y por lo tanto, la pregunta por su primer origen siempre resultará insegura o desorientadora. Siempre persistirá la sospecha de un otro origen, de un oriente más lejano que el Oriente, ya sea del virus mismo o del relato sobre su origen.

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