Mesías suicida: sobre el ascenso del joker de la política argentina

por Leonardo Fabián Sai

Nada de lo que deba ser estatal, permanecerá en manos del Estado

Roberto Dromi

¿No será Milei una satisfacción, demasiado cara, para los argentinos? ¿Un goce destructivo del cual deberíamos prescindir? ¿La última dosis que debería ser alejada del yonqui? ¿No confirma el propio Milei esa tendencia, adjetivada como “tilinga” (etiqueta cara a los chovinistas de la inclusión social), a vivir por encima de nuestras posibilidades? Milei es el último lujo, la última excentricidad de una vital irresponsabilidad colectiva. La que aún confunde riqueza natural con riqueza de las naciones: Milei nos hace creer que aún podemos darnos el lujo de la destrucción espectacular reiniciando, desde el atomismo del individuo, un orden sui generis puramente racional resultado del caos purificador de la guadaña contra El Elefantiásico. ¿Mesías suicida que nos redimirá, finalmente, del Peronismo con su propia serie documental sobre sectas de fanáticos llevados a la desesperación? Más bien: ¡Escuela Austro-Argentina del Pochoclo! Volvamos.

A pesar de la notable pobreza material: ¿no sentirán los argentinos, en lo muy profundo de sus bellas almas delirantes, que están destinados, como diría Duhalde, al éxito? Que merecen un país muy superior al que tienen porque sus políticos “nada tienen que ver con ellos”. ¿No es esta alucinación sobre el propio valor la que les hace desear una dolarización que, en lugar de situarlos, bestialmente, ante el precio real que les asigna el mercado mundial del capital (15 dólares mensuales) los hace desvariar con que tendrán en el bolsillo valores en dólares idénticos al creado por un trabajador del capital tecnológicamente potenciado en el Valle del Silicio? No se trata solo de “ignorancia”, como creen educadores fast y periodistas mercenarios, sino de algo mucho más elemental, básico y muy patético: el deseo de espejitos de colores; condición neocolonial que humilla al pueblo con el miserable pensamiento de la dominación: Nunca debimos haber salido del 1 a 1.

La convertibilidad tuvo que implosionar desde su propia objetividad: nadie quiso abandonarla. La llamada “gente” se quedó, expectante, hasta el último momento, atada bajo la “esperanza” de un salvataje final: la implosión objetiva del sistema convertible los hizo repudiar la representación política. No fue una interpretación colectiva asumida en cuanto transformación de la agresión sobre el campo del trabajo en justicia social. De la convertibilidad los argentinos se olvidaron mientras duró el “pum para arriba” de la “década ganada”, el famoso “consumismo” o deseo de mercancía. No fue una crítica encarnada la que se hizo con el sentido de la convertibilidad: fue el desenlace de una impotencia subjetiva parida en el terror de la dictadura burguesa militar de 1976. La convertibilidad nunca fue reconocida como una experiencia histórica fallida sino como un relato que organiza hechos económicos y estadísticas al cual se lo oponen otros relatos igualmente unilaterales: la clase trabajadora no repudió la convertibilidad como tal; solo sus efectos nocivos. Siempre quedaron en el recuerdo las mieles de esa primera modernización a toda costa, el teléfono para todos, la estabilización monetaria de cementerio, la estabilización al fin. Lxs trabajadorxs quedaron entrampados en la lengua de los economistas, en los interminables debates técnicos para evitar asumir que la convertibilidad significaba lisa y llanamente la destrucción de la justicia social, el vaciamiento de todo programa nacional reducido a pragmatismo, máquina electoral e ideología del poder. Del 2001 no emergió solo Kirchner y la historia de la agonía de la Argentina peronista ya puede ser retomada, como lo documenta la astuta pluma de Carlos Pagni en “El nudo”, en cuanto historia del Duhaldismo. 

Lo sabe muy bien la dupla Villarreal & Milei reescribiendo la historia -la de los setenta y la del noventa- para saciar una pulsión de muerte históricamente estimulada por los chivos expiatorios del (neo) liberalismo del siglo XIX: todo lo que tenga olor a “mano izquierda” del Estado. Es que, en la sociedad mundial de la comunicación cibernética, no prima ningún “principio de autoridad”, sea cual sea éste: científico, moral, político, etc. Sus “Principios y Valores”, para ella, son meras semánticas de la preocupación nostálgica por la identidad extraviada y la demanda de ternura paternal. La comunicación de la sociedad del mundo no es jerárquica, sino heterárquica[1]. Y los sentidos dignos de conservarse (“30 mil desaparecidos” o “industricidio” o “Nunca más”) se vuelven extremadamente inseguros antes las redes infinitas de las observaciones de segundo grado, en este caso, la cyberguerrilla de tik tokers rizomáticos como “revolución molecular” de La Libertad Avanza: Guattari con Videla.

No es otra cosa que la transformación cibernética del lazo social a escala planetaria que Luhmann observó desde la pura teoría:

Se ha disuelto la confianza en las formas firmes y los intentos de reanimarlas resultan estériles. La sociedad parece estar encaminada a ensayar nuevos “valores propios” que prometen estabilidad bajo condiciones de hetararquía y de observación de segundo orden. Las selecciones de los medios de difusión podrían tener aquí una importancia decisiva, ya que por lo menos son compatibles con un orden heterárquico de la comunicación [2].

Bajo el slogan de la ira, el siguiente desplazamiento: se quedan con la tuya. Traducción a jerga de especulador de los dramas del asalariado sin derechos sociales: los ingresos que le faltan al trabajador, productivo o improductivo, del sector privado fueron robados por los políticos profesionales (la casta) para sí mismos y para mantener a sus esclavos en el Estado. Desde el Conicet, pasando por la educación pública en general, hasta el INVAP y la industria cultural nacional. ¿Repetiremos la desocupación masiva de los trabajadores del Estado de los noventa (ENTEL, Yacimientos Petrolíferos Fiscales, Yacimientos Carboníferos Fiscales, Gas del Estado, Subterráneos de Buenos Aires, etc.) a escala ampliada incluyendo la enorme capilaridad de la educación pública, la salud, la obra pública y el financiamiento de las provincias? ¿Se rifará de un “decretazo” décadas de inversión del Estado en las carreras de científicos, docentes, profesionales de la Administración, cineastas, ingenieros, maestros, toda esa fuerza material que produce desde biotecnología y satélites hasta programas de cuidado para poblaciones vulneradas con la excusa dogmática, fundamentalista, de que alguien, un fantasma, “el sector privado”, lo hará mejor? Plato deliciosamente servido para el resentimiento: si sufren todos, el resentido está un poco más feliz.

Y el resentimiento ama a Milei, a su estética y pasión anarcocapitalista: el Joker de la política argentina promete que sangrarán todos los culos de las instituciones del Estado para el disfrute adolescente de las redes sociales. Si el Estado es la mafia de los políticos chorros, la destrucción del funcionariado del Estado equivale a liberar a la sociedad de cargas que impiden su desarrollo óptimo. ¿Y quiénes ocuparán la cúpula “libertaria” de los ministerios y ejecutarán sin piedad la guillotina de la justicia monetarista? ¿La militancia revolucionaria de los “spaces” de Twitter? La retórica anarcolibertaria contra el Estado permite cumplir los objetivos del fundamentalismo de mercado: estado mínimo, represivo, bien concentrado en una tecnocracia despótica. Los que se sometan: cobrarán su váucher; sello norteamericano del loser.

Lo cierto es que toda esta estupidez del “voto bronca” solo viene lavar las responsabilidades de los argentinos. Se enuncia con la pose de la empatía para acariciar el ego pasmoso del televidente inquieto e histérico y decirles cual pastores: “yo te comprendo”, “hay que escucharte”, “no minusvaloremos”, y blablablá. Pírrica victoria de los empirismos radicalizados que, frente al comienzo del pensamiento (la generalización), retroceden ante el sin número de anécdotas con la pose idiota de “es más complejo”. Pero pensar es, justamente, reducir complejidad. La guadaña anarcocapitalista contra el Estado, de poder, efectivamente, desarrollarse, sería solo, apenas, digamos, los primeros nueves meses, o el primer año de gobierno del Joker local. Incluye foto con Trump. Un proteccionista de primera potencia y un tercermundista librecambista pueden comprenderse muy bien: uno protege su economía con “administración del comercio” y el otro: se abre bien de piernas y sonríe como cachorro.

Durante este primer tramo, la burguesía doméstica (y todo el bloque “policlasista” sujeto al enamoramiento del yo-ideal del León) pide helado al “pibe del delivery” y contempla en su sillón el “fist fucking” del León sobre los trabajadores mientras redobla las medidas de seguridad hasta la paranoia; apenas un gasto operativo en su economía psíquica. Disfruta de todas las exenciones y simplificaciones fiscales que ha recibido del Joker, ya no teme a ningún juicio laboral, el salario se ha licuado, es insignificante y los sindicalistas ya no saben qué inventar para dejar de perder afiliados.

Lo que, convenientemente, pasó por alto nuestro burgués es que, concluido el segar de la guadaña sobre “la mano izquierda” de la Constitución, la economía argentina se abrirá totalmente, y sin reparos. El modelo habrá arrasado a la realidad dejando un río de sangre como prueba de amor al capital: lo que se llama “coherencia con el contrato electoral”. No habrá ya “funcionario corrupto que niegue la libertad de acceder a las mercancías del mundo”. No habrá “proteccionismo prebendario”, de ninguna “casta”. Dado que ya se habrán levantados todas las trabas burocráticas, eliminados todos los impuestos (solo Dios sabrá lo que terminaremos tomando o comiendo sin la ANMAT): la empresa argentina estará libre, como el mar, bien dispuesta, bien preparada, de pleno derecho, para competir, sin ninguna injerencia inmoral del Elefantiásico, en la escala de la productividad internacional del capital. Habrá deflación, el PBI no parará de encogerse y achicarse, el aparato productivo será piel y huesos y el pueblo será indistinguible de la mayoría amorfa de este giro reaccionario en la propia globalización occidental: el poder lumpenizado de lo que quede del poder económico nacional se habrá tornado ruina extensiva, la crisis se tornará en peste y la peste tendrá nombre propio.

Javier Milei no existe ni siquiera como figura literaria; es un comic, un villano de MARVEL. La adhesión a Milei se paga caro. Observo a los jovencitos que estuvieron expuestos largamente a esta peste salida de los algoritmos de la sociedad. El efecto más inmediato es la tozudez, la exasperación dogmática de escuela, el transformar la búsqueda de la verdad en sesgo de confirmación, el embote masturbatorio con el anime. Estos muchachitos no pueden digerir nada, necesitan papilla para todo, desde universidad privada a YouTuber educativo. Quieren todo rápido, confunden la velocidad de la inteligencia con la eyaculación precoz de una idea ensimismada, les falta el otro, la alteridad del modelo, se vuelven falsos idealistas, devotos de una secta que soluciona todos los problemas a los gritos y mandando a la gente a leer Cataláctica, la sacrosanta Escuela Austríaca de Economía. Pero lo peor son los nervios. Estos pibes viven nerviosos, basta verlos en los actos, el aullido asperger del que se vayan todos, la furia cuasi solemne…. ¡Ante una definición de Benegas Lynch!… El resultado de todo esto no será otra cosa que un tweet: ya me arrepentí de militar a Milei.

Dibujo tomado de las redes del dibujante REP

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Quizás, todo esto pueda evitarse. “La casta”, en definitiva, no es otra cosa que la metáfora de la debilidad de nuestras fuerzas productivas. De Sarmiento a Martínez de Hoz y Cavallo la enseñanza es la misma: no hay modo de acelerar, impiadosamente, el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo sin antes producir nuestras vidas como desierto.

Campaña sangrienta a la cual retornamos cada vez que soslayamos que nuestra historia y porvenir no tienen que ver con la modernidad europea, sino con su diferencia.

Provincia de Buenos Aires, 20 de agosto de 2023


[1] El concepto de heterarquía fue pensado por el cibernético Warren McCulloch, mentor de Stafford Beer. El concepto fue presentado en 1965 en un trabajo referido a redes neuronales. La heterarquía se caracteriza por la distribución del poder en subsistemas mientras que en la jerarquía el poder se concentra en el estrato superior, en lo alto de la estructura piramidal. Es, en rigor, el gobierno de los otros y su afinidad con la figura de las redes está en la naturaleza reticular del concepto. El concepto suele utilizarse en estudios culturales que indagan, por ejemplo, en el carácter hetarárquico del poder en las capitales mayas, esto es, en la convivencia de autoridades de diferentes niveles en un estado segmentario integrado por unidades corporativas. Cuando el poder es heterárquico, el poder es siempre de los otros. Ya no importa quién jerárquicamente afirme detentar el poder: lo que importa es el mando potencial. La autoridad ya no está en la persona, sino en la información. Es el poder de los sistemas.

[2] Niklas Luhmann, La sociedad de la sociedad, Editorial Herder, 2007, página 243.

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